Un jueves
normal, sin pensar en que pudiera escribir. Y me doy cuenta de que no es un
jueves normal, que me apetece tanto escribir que es insoportable no pensar en cómo
expresaría como siento el helado aire que se cuela por los huecos que hacen mis
manos al meterse en los bolsillos del abrigo. Y me doy cuenta de que no es un
jueves normal, es el último jueves de noviembre, y que las hojas secas siguen
cayendo de los arboles, me doy cuenta de que no sé el nombre de los arboles que
adornan la avenida pero que sus hojas son mas puntiagudas de a las que estoy
acostumbrada. Es un jueves normal de noviembre y hago ruido al pisar las hojas
que ya han caído. Y me doy cuenta de que las farolas ya están encendidas, de
que un jueves normal de noviembre a las siete de la tarde las farolas están encendidas.
Y entonces me encuentro a un viejo amigo, si, me encuentro a un viejo amigo un
jueves normal de noviembre a las siete de la tarde aproximadamente. Y me doy
cuenta de quién es, si, lo reconozco cuando lo veo y me pongo nerviosa, me pongo
nerviosa un jueves normal. No es un gran amigo, ni si quiera un buen amigo,
solo un amigo normal, un viejo amigo normal. Entonces me doy cuenta de que
nunca fuimos muy amigos, me doy cuenta de que siempre me había parecido un
chico lo suficientemente fácil de alcanzar como para que me llamase la atención,
como para que le prestase atención. Y me doy cuenta de que para él era únicamente
una más de tantas amigas, y me doy cuenta de que él nunca había pensado en mi
tampoco por que le parecía difícil del perturbar. Y me doy cuenta de que es
jueves y me he puesto nerviosa sin sentido frente a un viejo amigo normal en
noviembre a las siete pasadas ya. Y me despido, me despido un jueves normal de
noviembre, y me doy cuenta de que ya no son las siete y sigo caminando por la
avenida debajo de los arboles a los que no les he conseguido poner nombre pero
de los que estoy segura que soy alérgica. Alérgica un jueves normal de noviembre
y hago ruido al pisar las hojas puntiagudas que desprenden los arboles, bajo la cálida luz
de las farolas encendidas, me roza el aire las manos descubiertas, pero ya no está
helado. Y me doy cuenta de que no hace frio, me doy cuenta de que es domingo a
las once de la noche, un domingo normal, el último domingo de noviembre, y no
hay farolas, solo las luces de mi habitación y que la alergia la produce el
polvo y nos los arboles de la avenida. Y me doy cuenta de que no pienso en él,
porque nunca lo he hecho.