Pudimos y brindamos con una estrella en cada mano, con las
sonrisas pintadas y el alma entre los dientes, como si el momento fuese a durar
para siempre, y es por ese infinito agujero del tiempo por donde nos colamos
para descubrirnos pidiendo deseos soplándonos a nosotros mismos, revolviendo y
reinventando cada poro de nuestra piel, ya que es ahí donde se encuentra eso
que tanto hemos buscado, que tanto se implora al destino. Y es que resulta que
la felicidad es tan simple como una
margarita estrujada entre los pequeños dedos de un niño que le guarda el tesoro
a su madre, es la lluvia cayendo despacio sobre el seco suelo de la montaña
desierta mientras abres tu resacosa mente a la gente cuyo reflejo es tu
persona, añadiendo sueños a una larga lista de locuras, las que más tarde se
convierten en recuerdos, anécdotas y exageradas risas. Es simple lo juro, encontrar eso que pasamos la vida imaginando
hallar al girar la esquina, y se chilla y se susurra sabiendo que lo importante
es simplemente disfrutar el momento exacto, de cada uno de los rayos de sol. Y
al amanecer bailar, exactamente igual que bajo las luces de una pequeña ciudad
abarrotada a la orilla del rio, al son de las risas de tus compañeras de vida y
envolviendo con tus brazos todo eso que te hace sentir que son las emociones
las que mueven el mundo y las ilusiones las que te hacen descubrir en mitad de
una flor que esa felicidad, tal vez pasada desapercibida, alguien la deseo para
ti.
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